La educación de los hijos: Herencia, experiencia e improvisación

Padre e hijo

Ser padres es una experiencia única, de eso no existe ninguna duda. Sin embargo y más allá de la cotidianidad propia de la experiencia y los cambios inherentes a la misma que sufre la mujer como mujer, la pareja en su relación, el desarrollo profesional y la rutina del hogar, existen aspectos mucho más intrínsecos a la educación en los que la herencia, juega un papel muy importante.

La herencia

Y es precisamente la cotidianeidad la que hace aflorar lo que se conoce como educación por reproducción de la experiencia, es perfectamente comprensible y la propia inercia de la rutina incita a ello, repetir esquemas ante situaciones que se repiten con siempre con independencia del momento histórico, creencias, valores, orígenes y procedencia de las familias.

En esos momentos las reacciones establecidas como estímulo-respuesta o adiestramiento Pavlov, aprendidas y…heredadas, afines al yo que somos nosotros o quizá no, pero aprendidas y grabadas en nosotros mismos, salen y afloran sin cuestionarnos si queremos dar esa respuesta o no.

Sin embargo, la propia evolución del ser humano aplicada a la paternidad, nos llega en este caso, de la necesidad de erradicar aquello que, de aquella época, nos causa dolor o quizá no dolor, pero si… una ligera sensación de rebeldía.

Ciertamente es posible que, para muchas –y afortunadas personas- no exista ningún recuerdo doloroso o contrario a los valores inherentes a la persona en la que se ha transformado. ¡Enhorabuena entonces!, sin embargo nos estamos refiriendo a esas respuestas que, en ocasiones, damos por aprendizaje profundo arraigado en nosotros mismos y que no están totalmente acorde con lo que queremos transmitir.

La experiencia

Otro de los aspectos que determinan la educación que damos a nuestros hijos es, la experiencia. No cabe ninguna duda que los aprendizajes que se van grabando en nosotros mismos durante nuestra vida determinan el tipo de respuesta que damos ante las situaciones cotidianas. Conviene no olvidar tampoco que, la educación de los hijos se basa en una relación bilateral en la que cada parte es un “yo propio” con respuestas distintas ante escenarios similares.

La educación perfecta

Existe en la tradición ancestral de nuestros antepasados una frase cliché acuñada para salir del paso ante situaciones complicadas y que no han resultado del todo positivas si de educación de los hijos hablamos; “No existe manual para ser padres”… no, no existe es verdad, sin embargo ahí está el reto, en ser conscientes de lo que no queremos hacer igual que nuestros padres, cuales son los valores que queremos transmitir –liberándonos de nuestras propias restricciones, temores y frustraciones- y haciendo del proceso educativo, un caminar dinámico que se vaya modificando y adaptando, también, a la persona que es nuestro hijo, con la que nos relacionamos y con la que aprendemos, también y valga la redundancia, en el devenir de su formación.

Personas distintas, épocas distintas, relaciones distintas

Si nos retrotraemos a la época en la que nosotros éramos niños, recordamos la educación que nos transmitieron y hacemos este ejercicio mental hoy, siendo adultos, nos daremos cuenta que la improvisación fue para nuestros padres también una gran aliada. La razón es muy sencilla; todos nos enfrentamos a escenarios en los que a pesar de tener muy claro lo que no queremos, no siempre es fácil mantenerlo y, la experiencia nos indica que –por muy contrarios a ello que seamos- hay situaciones que únicamente funcionan con una respuesta similar.

Sin embargo, es muy importante ser conscientes que en la educación existen dos intervinientes, el ser formador y el ser formado y que, tanto la idiosincrasia de la sociedad en la que se viva, como la personalidad de ambos, hacen del modelo educativo y formativo a seguir, algo único, distinto y dinámico en global, cada vez.

Conclusiones

Es fundamental ser capaces de hacer de la experiencia educativa un paso más en nuestro proceso de crecimiento y evolución como personas, aceptar y entender que es bidireccional que padres e hijos se retroalimentan y que en base a estas premisas, la transmisión de valores y la formación con la que pretendemos hacer de ellos personas con herramientas para enfrentar la vida, se base en el amor, la experiencia y las necesidades de cada hijo.

Educar un hijo es una tarea muy compleja en la que hay que asumir la máxima ensayo-error como parte inherente al proceso, es absolutamente necesario permitirse la reproducción de esquemas aprendidos para establecer la transmisión definitiva que queremos hacer. Y, sobre todo, es un proyecto a largo plazo, lo que permite contar con el horizonte temporal necesario para establecer aquello que mejor funcione y que, a través de la evolución que podamos observar –en nuestros hijos y en nosotros mismos- obtengamos las pautas para enfrentar todas las etapas educativas.

Por último, es importante recordar que estamos aquí y ahora, reflexionando sobre cómo educar a nuestros hijos, cómo no repetir esquemas aprendidos, cómo… en definitiva, ser mejores padres, ocupémonos pero no nos preocupemos en exceso por las reacciones aprendidas… no resultamos tan mal al fin y al cabo.