Los límites en la educación

Limites en educacion

Hemos pasado de un extremo al otro. En los años 68 se rompió con un tipo de educación excesivamente represiva y dictatorial, pasando en poco tiempo al otro extremo, donde en la educación “se prohibía prohibir”, como reacción natural a un modelo pedagógico que coartaba las libertades individuales.
Si hace unos años se sufría por la rigidez de unos profesores y unos padres que inculcaban los valores esenciales de la sociedad a base de castigos e imposiciones, en nuestros días, los niños y adolescentes se encuentran ante el vacío de no tener puntos de referencia visibles para discernir lo que es bueno o malo, o lo que está o no permitido.

Los síntomas de las nuevas generaciones que han crecido bajo el amparo de unos padres y maestros excesivamente permisivos son muy evidentes:

  • dificultad en el aprendizaje,
  • problemas de comportamiento, etc.

La ausencia de límites en la educación

La ausencia de límites en la educación puede producir una serie de comportamientos específicos:

  • Dificultad en ser autónomos.
  • Los niños con 5 ó 6 años no saben desenvolverse en la rutina diaria (y no porque no tengan capacidad para ello). Los padres los siguen lavando, vistiéndolos.
  • Pero, sobre todo, el principal problema es que no saben cuál es el lugar que deben ocupar dentro del núcleo familiar.

Empecemos por establecer los límites

Contrariamente a lo que los padres creen, los límites que se imponen a los hijos no tienen nada que ver con la represión, sino todo lo contrario, puesto que favorece el desarrollo general de los niños.

Primero, porque los límites favorecen la construcción de la personalidad. El niño debe ejercitarse en la superación personal, y esto ocurre a partir del momento que se arriesga a subir un peldaño para superar una etapa en su proceso natural de crecimiento, tanto físico como psíquico. Este esfuerzo personal se puede comparar con el que hace el deportista para superarse a sí mismo, dejando atrás el récord anterior.

Segundo, porque tiene que afrontar la incompetencia momentánea y transitoria, aunque esto conlleve cierta sensación de vejación. Cuando el niño deja de caminar en cuatro patas para hacerlo sobre dos, está pasando de la seguridad de una fase anterior, a la desinstalación y desequilibrio que produce la incorporación sobre dos pies. Al principio los padres protegen, aseguran, empujan y sostienen al niño que comienza a ponerse de pie, pero después deben dejar que lo haga solo, para obligarle a andar.

Cuando el niño es capaz de afrontar las dificultades de su propia vida, y se prueba personalmente que puede superarlas, lo que está haciendo es construir la confianza en sí mismo, lo que le hará sentirse orgulloso de sus propios logros personales.

Los límites que imponen los padres son, por lo tanto, indispensables para su seguridad. Un niño no puede sentirse protegido por unos adultos que son incapaces de imponerle la mínima regla de comportamiento. Pero, por otro lado, es un camino necesario para que comprenda el respeto por las leyes de la sociedad.

Resulta paradójico que hoy en día nos sorprendamos por el aumento de la delincuencia entre adolescentes. Sin embargo, el problema se podría haber atajado mucho antes de lo que pensamos. Un “delincuente” no se hace con doce años, sino con 2, 3, 4 y cinco años.

Lo que permite a un adolescente estar “dentro de la ley”, es decir, el no dejarse llevar por lo que le viene en gana, es una educación balizada desde el origen de su educación.

El ejemplo de los adultos

Esto no se consigue sólo con buenas palabras, sino a través de hechos, y reglas que se van estableciendo en lo cotidiano de su vida diaria. El respeto por el mundo de los otros, y por la libertad de los demás es una tarea a largo plazo, que tiene su origen en la propia infancia.

Pero, para que el éxito esté garantizado, los adultos deben jugar un papel fundamental, sabiendo que sus propias reacciones y actitudes vitales se copian por ósmosis. Los niños que ven cómo actúan sus padres, actúan de la misma manera cuando van siendo mayores. Por ejemplo, no es normal que unos padres impidan fumar a los hijos, y les digan que eso es algo nocivo para su salud, mientras mantienen encendido un cigarrillo en la mano.

El castigo siempre marca la gravedad de un hecho, y para los padres representa la encarnación de unas palabras en concordancia con una actitud. No se trata de confundirlo con el maltrato, sino que es una cuestión de coherencia en la educación.