Frankenstein o el moderno Prometeo

Novela gótica inglesa sumamente reflexiva y que nos hace meditar y repensar sobre las limitaciones del ser humano por encima de la naturaleza. Es una gran lección de la necesidad de todo hijo de un padre, de una familia, de ser querido, de ser amado.

Frankenstein o el moderno Prometeo
Frankenstein o el moderno Prometeo

El libro publicado por Mary Wollstonecraft Shelley en 1818 "Frankenstein o el moderno Prometeo", dista sideralmente de todas las obras cinematográficas de terror de pésima calidad y mal gusto que se nos han mostrado.

Por el contrario, ésta obra, la original, es una novela gótica inglesa sumamente reflexiva y que nos hace meditar y repensar sobre las limitaciones del ser humano por encima de la naturaleza. Es una gran lección de la necesidad de todo hijo de un padre, de una familia, de ser querido, de ser amado.

Asimismo está enmarcada en un contexto religioso, por el hecho de la atribución omnipotente de un ser humano de creerse capaz de ser generador de vida, en el caso de Víctor Frankenstein.

Como también Prometeo desencadenó la ira del rey de los dioses, Zeus, al demostrar que eran vulnerables como los mortales. Aunque el título que hace referencia a “el moderno Prometeo”, se deba más que nada a la fascinación que la escritora Shelley sintió por la obra de Esquilo: “Prometeo encadenado”.

Sin embargo, la obra de Esquilo difiere en varias partes de la leyenda mitológica. Además, como veremos más adelante, Prometeo fue el defensor de los mortales y fue castigado por los dioses. Y los apremios padecidos por Víctor fueron a causa de su soberbia y rapto de locura en la conquista del poder divino, como lo es el ser creador de vida.

Es una crítica al mal uso de la tecnología, al peligro que enfrenta la humanidad ante el desarrollo científico por inescrupulosos. Eran las fases tempranas de la revolución industrial y tiempos de grandes cambios que afectarían a la humanidad. El desprecio del ser humano como tal. Y un claro reflejo del desenlace de la obra, pues Víctor mismo sufre todos sus males por el mal uso de la ciencia, y el castigo lo lleva a cabo su propia creación.

Nacemos saliendo de un vientre repleto de agua; nos arrastramos hasta caminar por la tierra; y el fuego de Prometeo nos dará la luz para iluminar un camino en esta vida.

Víctor quería desafiar a la naturaleza, y en primera instancia intentó dando vida a materiales inertes con electricidad; hasta que vio que era capaz de crear vida humana; desafía la moral científica atribuyéndose en su arrogancia la capacidad divina de otorgar o quitar vida. En esa época se tejían muchos mitos sobre la electricidad, una fuente de energía muy poco estudiada en esos tiempos. La propia Shelley se comunicó y relacionó profesionalmente con el científico Crosse, en 1807, ya que éste afirmaba estar experimentando con cadáveres y obteniendo alentadores resultados acerca de la creación de vida a través de la electricidad. Crosse obtuvo no sólo el rechazo científico sino religioso, a tal extremo que tuvo que auto-recluirse y nunca más se supo de él, aunque quedó marcado por la iglesia y la sociedad de la época como un ser demoníaco. Lo concreto es que sólo fue cacería de brujas, ya que lo de Crosse sólo fueron palabras y nunca llegó a demostrar nada, más que un mito sobre el poder de la electricidad. Pero inspiró a Shelley para su novela, y el mito, más allá de ser sólo eso, dejaba un mensaje.

Víctor Frankenstein consigue huesos de diferentes cadáveres humanos, hasta formar un cuerpo, una vez con todos los elementos en su laboratorio le da una chispa de vida al cuerpo rearmado y logra darle vida. Víctor queda aterrado al ver esto y huye deseando que lo que sucedió no haya sido más que una pesadilla. Había creado un horripilante monstruo.

Pero no era una pesadilla, Frankenstein había cobrado vida, Víctor era su progenitor, pero huyó dejándolo sólo sin importarle cómo haría su creación para sobrevivir.

Prometeo

Aquí hacemos un paréntesis para explicar, comprender y diferenciar la mención de “Prometeo” en el título de la obra. La primera diferencia es que Prometeo es castigado por los dioses, y Víctor por su soberbia de desafiar el poder divino de otorgar vida. La única similitud que pudiese aceptarse es que en definitiva, pero por motivos muy diferentes, se puede asimilar que ambos desafiaron a los dioses.

Pues veamos, Prometeo (etimológicamente “previsión”) es el benefactor de los mortales, ya que robó el fuego de la vida a los dioses y se los entregó a los mortales develando el secreto de éste.

Zeus había infringido el castigo de quitar el fuego a los humanos, debido a que Prometeo se había burlado de los dioses dejando en evidencia que no eran tan inteligentes y poderosos como los mortales creían. Prometeo sacrificó un buey y separó la piel y escondió la carne dentro del vientre del animal, y por otro lado dejó sólo los huesos pero los untó con apetente grasa. Una vez culminado este sacrificio llamó a Zeus, rey de todos los dioses y le dio a elegir primero qué parte quería para los dioses. Zeus al ver esa grasa apetitosa con la forma del animal no dudó en elegirla y dejó aquellos pedazos de piel para los mortales, sin saber que en realidad había elegido la peor parte del animal y había dejado todo lo mejor, la carne, para los humanos. Al ver que sólo se había quedado con los huesos y que había sido vergonzosamente burlado decidió castigar a toda la humanidad quitándoles el fuego.

Prometeo fue el creador del sacrificio, no dudó en robar el fuego de la vida trepando al monte Olimpo y huyendo en el carro de Apolo. No sólo robó el fuego sino que develó su secreto a toda la humanidad, para que nadie dependa de los dioses. Por esto fue considerado el protector de la civilización humana

Para vengarse de esta segunda ofensa, Zeus ordenó hacer una bella mujer de arcilla, y le dio vida, la llamó Pandora. Y se la envió a Epimeteo, hermano de Prometeo, con una jarra que contenía todas las desgracias de la humanidad (pestes, pobreza, dolores, crimen, etc.). Por deformación lingüística la conocemos como la “Caja de Pandora”, pero era una jarra. Aquí podemos ver la similitud entre la Biblia y la mitología griega, esa visión de que la mujer es siempre la portadora de los males, Pandora en los griegos, Eva en la Biblia.

Prometeo le dice a su hermano que no acepte regalos de los dioses, pero Epimeteo se había enamorado perdidamente de aquella bella mujer. Pandora abre el ánfora y comienza a diseminar todos los males, pero justo antes de que se derrame la “esperanza”, cierra la jarra. Toda la población corre desesperada y se desata el caos.

Pandora sale corriendo y trata de calmar a la gente gritando: “No todo está perdido, todavía queda la esperanza”. Que es lo que había quedado guardado en el fondo de la jarra sin derramarse. Tal vez de allí se de nacimiento al dicho popular “la esperanza es lo último que se pierde”.

No bastando con haber castigado a toda la humanidad, Zeus decide castigar a Prometeo, luego de hacerle ver con sus propios ojos los males que está padeciendo la humanidad por culpa de haberse burlado de los dioses. Lo hace llevar a una montaña y lo encadena enviando un águila para que le coma el hígado. Prometeo tenía el conocimiento profético de quién derrocaría a Zeus, pero no pensaba decirlo bajo ninguna circunstancia, aún al precio de su propia vida, esto desataba con más furia la ira del rey de los dioses.

A modo de ultimátum Zeus envía a Hermes para que Prometeo devele con claridad la profecía a cambio de perdonarle la vida. Hermes le ruega a Prometeo que hable para evitarse peores males, pero Prometeo sin vacilar le responde: “Prefiero morir como un desgraciado antes que vivir como un siervo de Zeus”.

Zeus provoca la tempestad y la montaña cae bajo Prometeo y el águila le come el hígado. Pero Prometeo no conoce el miedo, y sus ideales y convicciones están por encima de todo.
No teme a la muerte porque no la conoce, sí conoce la vida y sabe que vale la pena vivirla dándole un sentido y luchando por algo que la dignifique, ayudando al prójimo al costo de su propia vida.

Esta es la historia de Prometeo, castigado por los dioses. Volvemos a Víctor, castigado por sí mismo queriendo esgrimirse el poder divino.

Frankenstein

Huye de su laboratorio queriendo forzar su mente a que aquello sólo fue una pesadilla. Pero Frankenstein es realidad. Lo llamamos así, aunque cabe destacar que en el libro en ninguna parte se lo llama por ese nombre, sino que se utilizan apelativos como “el engendro”, “ser demoníaco”, “la criatura”, “el horrendo huésped”. Esto último se debe a que Frankenstein adquiere el hábito del habla, modales y educación, haciendo favores a escondidas a una familia humilde. Esto sucede hasta que en determinado momento lo ven y quedan horrorizados de su aspecto físico y Frankenstein huye.

Así continúa su vida, despreciado y denigrado por la sociedad. El no eligió ese destino. Víctor fue el responsable de su desgracia, y lo abandonó.

Veía felicidad en todos lados, amistad, amor, veía que los humanos estrechaban lazos entre ellos, pero él estaba excluido de eso. La sociedad irremediablemente lo había marginado.

Inexorablemente la ira se empieza a apoderar de Frankenstein. Nadie nace malo, la gente se vuelve mala, la vida nos transforma, la sociedad nos golpea. Cuando nos hacen sentir que en este mundo no hay lugar para nosotros, que somos material desechable ¿quién puede arrogarse el derecho de apuntar con el dedo para marcar con un estigma lapidario quién es malo, quién es bueno?
Víctor vuelve a su tierra natal para el velorio de su hermano, aunque en el fondo tiene el presentimiento de que la criatura que creó algo tiene que ver en esto. Un sentimiento de culpa lo empieza a invadir. Va a su viejo laboratorio, en el que dio vida a Frankenstein y su intuición se hace realidad, se encuentra con el ser que inventó.

El monstruo, pese al rencor, odio y resentimiento que lo invadía no esbozó ningún reproche a Víctor, solamente le dijo: “Soy malvado porque soy desgraciado, ¿no me odia y me rehúye la humanidad? Si carezco de afectos el odio y el rencor serán mi destino”. Frankenstein promete no volver nunca más a la vida de Víctor, pero le pide por un mínimo de responsabilidad por lo que hizo, por haber sido un creador irresponsable, por haber sido un progenitor pero no un padre, que complete la obra y le cree una compañera para vivir con él. Si Víctor cumple con eso, él desaparecerá lejos de la humanidad, con una compañera estrechará lazos, tendrá afectos, se tendrán el uno al otro; no hay reproches, sólo un justo reclamo para conocer la felicidad, todo está en las manos de quien le dio vida. Sus argumentos son tan elocuentes y justos que Víctor accede a tal solicitud.

Establece un nuevo laboratorio y comienza a experimentar. Cuando ya está por culminar la obra lo invade el remordimiento y destruye el proyecto, ya ha creado un monstruo y lo aturde la idea de volver a crear otro.

La ira de Frankenstein desborda todos los límites y jura venganza. Está lleno de odio, desborda odio por todos lados, odia más que nunca a Víctor, el creador de su desgracia, de su maldición. El no pidió nacer, es producto de la arrogancia de su creador. El no era malo, el desprecio de su progenitor primero, luego el desprecio de toda la sociedad, el rechazo constante, el sentirse por fuera de este mundo lo hicieron malo, solo siente rencor y jura venganza.

Ya no tiene nada que perder, desde su creación perdió todo lo que un humano puede aspirar: ser amado, querido, tener una familia, alguien con quien compartir, Víctor lo privó de todo eso, la sociedad lo privó de ese mínimo derecho que un humano puede pedir, ¿qué más puede perder? Ya lo perdió todo, sólo le queda odio, rencor, ira y sed de venganza.

Mata a Elizabeth, la prometida de Víctor el mismo día de la boda y huye. Ante tal tormento los padres de Víctor mueren de angustia.

Víctor está decidido a matar a su creación, aunque sólo él es el culpable de haber creado vida y huir.
Lo persigue y lo encuentra en un barco en los hielos del ártico. Pero Frankenstein le da muerte a Víctor. Lo mira al capitán del barco y lo tranquiliza, pidiendo que haga lo propio con el resto de la tripulación: “No teman, no cometeré más crímenes; mi tarea ha terminado. Ni su vida ni la de otro ser humano son necesarias para que se cumpla lo que debe cumplirse. Bastará con una sola existencia: la mía”. Y acto seguido se quita la vida.

Frankenstein no tenía miedo a la muerte, amaba la vida, pero no pudo soportar el dolor de vivir con ese pesar del desprecio de toda la sociedad. A la muerte no hay que temerle, el miedo conlleva resignación. Además, como decía Savater, a la muerte ya la vencimos una vez: el día en que nacimos.