¿Salvamos el planeta o nos seguimos haciendo ricos?

Ganamos menos, repartimos más, nos beneficiamos todos… al fin y al cabo de eso se trata esta crisis ¿no?... de asumir los cambios.

De pronto y en medio de la vorágine de una crisis que aparentemente pierde virulencia, mientras que, con desesperación nos damos cuenta que lo que queda de ella, lo que tenemos que enfrentar, son los restos de una crisis que nadie sabe cómo acometer. Las hipotecas subprime, el boom inmobiliario que estalló en Estados Unidos y los dos años de variables macroeconómicas en el debe, han dado paso a una crisis global y estructural basada en dos premisas básicas interrelacionadas entre sí y para cuya solución, nadie parece estar muy preparado.

Cambio climático y desempleo estructural

Una combinación explosiva que pone de manifiesto una crítica, sombría e inquietante realidad: Somos muchos, para el planeta y para los modelos productivos.

Y es precisamente esa conjugación de variables independientes pero causalmente relacionadas las que deben acometerse. Nuevas cumbres nos esperan, las ONG, los gobiernos, los grandes capitales, ya cuentan hacia atrás. La conferencia sobre Cambio Climático y desarrollo se celebrará en Copenhague, exótico centro neurálgico. Sí, Copenhague reunirá entre el 7 y el 18 del último mes del año una entusiasmada cumbre sobre el tema de máxima actualidad.

No cabe ninguna duda que los discursos cambian, las organizaciones no gubernamentales han sabido conectar a la perfección su lucha Pro desarrollo con el cambio climático y, no es para menos, ciertamente son dependientes.

La UNEP y sus tentáculos bilaterales DFID y USAID, bajo el paraguas de la Organización de Naciones Unidas llevan mucho tiempo promulgando de forma activa la relación indivisible entre el cambio climático y el desarrollo y durante ese proceso, las verdaderas claves no han sido tratadas de forma objetiva.

Hoy, las ONG que luchan en India por la eliminación del hambre, la pobreza y la falta de recursos, se unen al cambio climático y lo consideran la panacea que terminará con todos los males del mundo, como si no fuera cierto que, mucho antes de ser conscientes de las dimensiones y los efectos colaterales del cambio climático, existiera el hambre la escasez y las sociedades que, tradicionalmente han vivido en situaciones paupérrimas a vista y paciencia y, me atrevería a decir que ignorancia, de las sociedades denominadas “desarrolladas”.

¿Recuerdan la Cumbre de la Tierra? Río de Janeiro, Brasil, 1992. Revuelo mundial, los medios frenéticos llenando las portadas sobre las amenazas a las que se enfrentaba el planeta, parecía ciertamente que no iba a existir nunca más un tema más dominante y, sucedió como con todo lo que implica un esfuerzo conjunto, un compromiso y una asunción de valores a nivel macro, el cambio climático y la Tierra en su conjunto se fueron diluyendo pasando al subconsciente colectivo, sin que fuera nada más que… una noticia más.

¿Será diferente ahora?

Parece que en Copenhague todo será distinto, ahondando directamente sobre la base de la emisión de CO2 y las normas que, deben regir de forma homogénea a todos los países, pero también sobre las inversiones, modelos de negocio y franquicias denominadas verdes y orgánicas e intentando encontrar la relación o el procedimiento para utilizar la tecnología en la optimización de ese nuevo modelo.

La denominada revolución verde no estaba centrada en el cambio climático y el frenazo de la destrucción planetaria, sino que se trataba en exclusividad de lograr el mayor beneficio en sus negocios.

La unión siempre necesita dinero

La Organización de Naciones Jnidas ha informado que, globalmente se necesitan 200.000 millones de dólares para implantar medidas eficientes de lucha en pos de frenar el cambio climático. Suena ciertamente eufemístico ya que si pensamos que los países desarrollados podrían entregar entre 80.000 y 150.000 millones de dólares a los países aún en desarrollo, el cambio climático se transforma en el comienzo del nuevo modelo productivo y una puerta que se abre ofreciendo oportunidades de negocio ciertamente apetitosas.

Y en este contexto pre-cumbre emotivo, entusiasta y apasionante sobre el cambio climático y Copenhague, nos encontramos con una nueva definición. Una definición que sorprende y llama ciertamente a la reflexión. Se comienza a hablar de “ambiente económico global” en lugar de “cambio climático”.

¿Cuál es el matiz?

Si nos centramos en los dos únicos tratados que se concentran en el cambio climático, el Protocolo de Kyoto y la OMC, podremos observar que el primero de ellos de ellos se centra en el el cambio climático mientras que el otro centra sus esfuerzos en el libre comercio global. Desde mi punto de visa, el comercio global impacta en el núcleo del cambio climático por razones obvias en las que el libre comercio requiere transporte y el trasporte aumenta el calentamiento global.

Aquí tenemos la primera disimilitud, un punto de partida en el que los dos tratados Mater suprema del cambio climático y el desarrollo mundial tienen como fin la consecución de objetivos diferentes.

Intereses particulares siempre por encima

Y en este punto de la reflexión es donde se vuelve al comienzo y se reflexiona acerca de cuáles son las razones del por qué ninguno de los organismos, gobiernos y grandes capitales abordan de forma explícita la forma de relacionar el comercio con el cambio climático. Cualquier esfuerzo de integración de ambos para lograr un objetivo común va a ser rechazado por un tema tan antiguo como la vida, el dinero, los intereses en juego y los negocios. Los objetivos de una y otra parte son diferentes.

El comercio vinculado estrechamente al transporte mueve grandes sumas de dinero. Las emisiones de CO2 de los países desarrollados superan el 70% y son producidas por el transporte. Sólo en Estados Unidos existen más de 7.000 aviones volando de forma constante y sus proyecciones de desarrollo incluyen un aumento de la aeronáutica par los próximos años. Por lo tanto, debiéramos centrarnos no en las normas sobre emisiones de gases responsables del calentamiento global, sino en las restricciones o modificaciones, cambios de hábitos y formas de hacer negocios del comercio global.

La integración del comercio global y el establecimiento de normas que frenen el cambio climático van a suponer una asunción de reducción de beneficios, un reparto de beneficios que se realiza con una sencilla fórmula: Ganar menos, repartir más, beneficiarse todos. Al fin y al cabo de eso se trata esta crisis, de asumir los cambios.