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Ratas, ratones y rateros, la película más taquillera del cine ecuatoriano

Ratas ratones y rateros - Cine de ecuador

Salvador es un adolescente que se ha vuelto experto en hurtos callejeros junto a unos compañeros, pero todo se ve trastocado por la llegada de su primo Ángel, un ex convicto en problemas. Ratas, ratones, rateros muestra el mundo de los pequeños delincuentes en una ciudad ecuatoriana. Fiel reflejo sobre la pérdida de la inocencia, a través de la historia de un joven que pierde las pocas cosas que tenían sentido en su vida.

Veía felicidad en todos lados, amistad, amor, veía que los humanos estrechaban lazos entre ellos, pero él estaba excluido de eso. La sociedad irremediablemente lo había marginado. Su destino de rata era la marca con que ya había nacido en él como estigma lapidario en esa sociedad.

“La naturaleza ha hecho al hombre feliz y bueno –nos enseñaba Rousseau-, pero la sociedad lo deprava y lo hace miserable”.

En ese juego de violencia se suman varios personajes, dos primos, uno de la sierra, Salvador, que vive con su padre y abuela inválida en el Sur de Quito; viene a visitarlo su primo de la costa, Ángel, drogadicto y ladrón, que cometió un crimen en Guayaquil y está requerido por la ley.

Ángel pide colaboración a su prima de clase alta, Carolina. Quien a su vez le solicita la droga que le sería comprometido conseguir a ella. Es una historia desenfrenada que emboscará a todos en un espiral de violencia y muerte, donde siempre estará presente Ángel, el detonante de todo.

Es el punto de despegada final de Salvador, un viaje de descubrimiento pero sin retorno. El mundo de la droga hace que el deseo de un momento de placer que lo aleje de la realidad lo valga todo; y una vez que culmina ese placer se necesita más para no hacer tan insoportable la sola existencia de vivir, o sobrevivir.

Ratas, ratones y rateros ha sido la película ecuatoriana más taquillera de la historia del cine ecuatoriano. La esencia de los ratones es esa, cuidarse entre sí y defecar, pero sólo un poco, a los demás. Las ratas amenazan a la ley, pero también saben sus debilidades, sus corrupciones; pero ellos están del lado de las ratas, y lo asumen resignadamente aunque sean capaces de todo, pero se saben ratas.

Ángel cuenta la historia del dedo que le falta a su primo Salvador:

-“No me quedó otra familia. Estaba en cana, el sapo del abogado me prometió que me sacaba, pero que necesitaba el billete para el juez. Si hasta el man mismo me consiguió una señora para que me preste. Y ahora tengo a todos los hijos buscándome para cobrar”.

En un Estado con vicios de corrupción, qué alternativa le queda a la rata más que meterse en la trampa para luego ver cómo escapar.

Lazos de traición, de droga, de sálvese quién pueda de pérdida total de valores. La vida misma va perdiendo valor. Las leyes del mercado triunfan siempre sobre las éticas. Ese es el mundo de Ratas, ratones y rateros

El final de la película mezcla la historia de los dos primos. Mientras Salvador paralizado mira al vacío: su padre muerto, un cadáver bajo su cama, la abuela a su cargo, solo.

Ángel en un auto robado con las joyas y las pistolas en su poder, fuma su droga y huye.
El mundo de Ángel se impone.

Es duro para Salvador esa experiencia de la adolescencia donde un calvario chico se transforma en un infierno, en el infierno de Ángel. Cuánto cuesta a Salvador soportar el dolor de vivir con ese pesar del desprecio de toda la sociedad. No tuvo amor, no supo lo que es ser querido. Todo ser humano necesita ser querido, todos necesitamos sentirnos importantes para alguien, todos tenemos derecho a sentirnos parte de este mundo y nadie puede quitarnos ese sueño.

A la muerte hay que restarle importancia, el respeto genera sumisión; no sabemos si hay vida después de la muerte, lo que sí sabemos es que antes hay vida.

Y no debemos quitarnos responsabilidades, pues todos tenemos que preguntarnos qué estamos haciendo como sociedad, para que jóvenes se sientan excluidos, que sientan que en este mundo no hay lugar para ellos y eso les genere odio, rencor, rechazo, ira, desprecio por la vida, la propia o la ajena. (“Ratas, Ratones y Rateros”, de Sebastián Cordero, Ecuador, 1999).