No soy de aquí, ni soy de allá

Todo parece indicar que resistirse a la adaptación sólo extiende el sufrimiento

Inmigración

Pocas situaciones son tan perturbadoras en la vida de un ser humano como la transición de una cultura a otra. La decisión de cortar de raíz el vínculo con la tierra de origen es muy difícil y el proceso bastante traumático. Alrededor del 15% se da por vencido y decide volver. Adaptarse a vivir en una cultura.

Por lo general son el anhelo de una vida mejor, el potencial de nuevas oportunidades y los sueños que podrían verse realizados, la fuerza que empuja a los seres humanos a emigrar. El deseo de reunirse con la persona amada o un incontenible afán de aventura son también motivaciones poderosas que, si bien no evitan el choque cultural, hacen más fácil el camino.

El tema adquiere mayor complejidad, sin embargo, cuando la decisión de partir no surge de una convicción personal ni está alentada por una promesa, sino que deriva de la impotencia, la incapacidad de seguir luchando en un medio adverso, la falta de otra salida. Peor aún es el caso de quienes se ven empujados en contra de su voluntad: persecuciones religiosas, hambrunas, guerras, revoluciones e inestabilidad política han originado que muchos se vean obligados a reconstruir sus vidas en otras tierras.

Las transiciones más sencillas ocurren cuando los inmigrantes logran encontrar una comunidad de seres humanos proveniente del mismo lugar de origen, de manera que puedan conservar muchas de sus viejas costumbres al mismo tiempo que intentan asumir como propios: el idioma, los valores y la cultura del nuevo país. La experiencia indica, sin embargo, que para llegar a ser felices, los inmigrantes necesitan apreciar sinceramente el estilo de vida de su nuevo mundo, y no desafiar a su entorno pretendiendo imponer sus propios hábitos. El proceso de adaptación se hace mucho más amigable si se asume, de corazón, que el nuevo país es ahora su hogar. Sin embargo, dicha convicción puede resultar sencilla en la teoría pero muy compleja en la práctica.

Dos de los factores que más contribuyen para asumir la nueva sociedad como propia es hacer realidad el sueño de la casa propia y encontrar un trabajo adecuado. Mientras que contar con un techo seguro proporciona un invalorable sentido de pertenencia, el entorno laboral contribuye, en gran medida, a que el inmigrante domine el nuevo idioma, avance en el proceso de socialización y se familiarice con las costumbres e idiosincrasia de sus nuevos compatriotas.

La generación siguiente tendrá evidentemente un proceso menos accidentado que comienza desde la escuela, probablemente integrando de forma natural la información que absorbe de sus maestros y compañeros con la que obtiene en casa, de manera que se adapte con facilidad al país donde nació sin cortar del todo los lazos con el de sus ancestros. Ellos tendrán definitivamente mucho más armas que sus padres para fusionar ambas culturas y sentirse genuinamente parte de ambas naciones.

Lo importante es que, a pesar de lo difícil del proceso, a lo largo de la historia los inmigrantes han hecho grandes contribuciones a la economía y la cultura de los países a los que se trasladan. Hay quienes tienen verdadero éxito y no sólo logran adaptarse felizmente a su nuevo entorno sino que son capaces de colaborar con el desarrollo de su lugar de origen, ya sea mediante en envío de ayuda económica a los parientes o, en mayor escala, mediante el establecimiento de lazos comerciales entre ambos países.

Hay otros, sin embargo, que nunca logran vencer el desafío de ser aceptados en la nueva sociedad y, tras un largo camino sembrado de dudas e incertidumbres, deciden regresar. El problema es que muchas veces lo que encuentran es muy distinto a lo que recuerdan, pues quienes vuelven ya no son los mismos y el país tampoco. “No soy de aquí, ni soy de allá”, la canción del argentino Facundo Cabral, cobra especial sentido para ellos.

El principio esencial para el camino más llevadero hacia la integración sería, entonces, aprender a disfrutar de lo que se tiene alrededor abrazando la nueva cultura y reservando un espacio en el corazón para los afectos que siempre se mantendrán vigentes. ¿Una fórmula eficaz? El viejo adagio: “Si no puedes tener lo que quieres, intenta querer lo que tienes”.